TERCERA PARTE DE: Los Ángeles También Lloran

Y otra vez, le agradezco a Valeria Peace por leer ésta historia :3

Ni en la peor de sus pesadillas habría podido toparse con algo semejante, por eso huyó tan rápido como pudo. Ángela estuvo a punto de perecer si no fuera porque algo dentro de ella la obligó a reaccionar, arrinconada como un animal salvaje, saltándose todas las reglas posibles. Aún el corazón le latía como un loco dentro del pecho, mandando a todo su cuerpo oleadas de sangre en llamas, ya que sentía un calor prácticamente insoportable, asomándose en su piel y sin ninguna intención de marcharse. No se lo pensó dos veces para salir disparada, rápida como una bala. Sintió que era una cuestión de vida o muerte, por eso optó por el camino fácil, saliendo por la ventana de su antiguo cuarto, sintiéndose una extraña en la que un día fue su casa.     
Las imágenes se sucedían en su cabeza a una velocidad de vértigo, relatando hasta la actualidad su vida pasada, en concreto, su tormentosa e imperfecta vida personal. ¿Qué había hecho para merecer algo así? Si el destino existía, había trazado un plan para vengarse de ella de la peor de las maneras.     
El viento cortaba su cara con afán mientras seguía su incansable marcha hacia ningún sitio en particular. Hacía un frío de muerte pero no podía reparar en algo tan trivial como eso. Apenas había tenido unos pocos segundos para ejecutar su plan de escape, así que mucho menos habría podido coger algo de abrigo.     
Cuando sentía que las fuerzas se estaban consumiendo en los músculos de sus débiles piernas, su marcha se volvió progresivamente más lenta, hasta que al final ni siquiera pudo dar un paso tras otro. Cayó al suelo sobre las rodillas, salpicándose el cuerpo con el agua de los charcos diseminados por todas partes. La lluvia caía con fuerza y estaba empapada hasta los huesos, pero en momentos tan sombríos como ese bien poco le importaba los resfriados o la sensación de sentirse profundamente calada. Seguía mirando con ojos inexpresivos en todas direcciones, temerosa de que en cualquier momento pudieran atraparla, y entonces ya no podría volver a huir. Su cuerpo se encontraba ausente, todo lo contrario que su mente, que se afanaba en asimilar lo que acababa de ver en la isla.
¿Era cierto? Sí, sus ojos no podían engañarla, y la distancia que les separaba no había sido suficiente para dejar algún rastro de duda. Era una desgracia y al parecer no tenía arreglo. Era lo que más deseaba, pero el pasado que una vez enterró acababa de volver de golpe a su vida, abriendo bruscamente viejos recuerdos y grandes heridas que habrían desestabilizado a cualquiera y, lógicamente, ella no era la excepción.     
¿Cómo podía explicarse un momento como aquel? Ángela ni siquiera tenía palabras. Todo había sucedido demasiado rápido y las preguntas estaban en busca de alguna respuesta que tuviera cabida en la realidad. Y lo peor de ese infierno resultaba demasiado evidente. ¿Qué iba a hacer después de esa tremenda colisión e impacto emocional? ¿Adónde iba a ir? Estaba claro que no podía volver, a menos que tuviese valentía para afrontar lo que se le venía encima, y desde luego ese no era el caso, porque le resultaba imposible concebir la sola idea de retroceder en sus pisadas y aparecer por allí como si nada le importase realmente, ya que su cuerpo le había pedido
enérgicamente que huyera, pero era inevitable pensar en su familia, sobre todo en Nora.

¿Qué pensaría ella?     
El silencio que emanaba cada rincón de ese páramo desierto no la ayudaba lo más mínimo. Al contrario, se esforzaba por no caer rendida ante el miedo. Acababa de volverse como una chiquilla, indefensa ante el mundo y totalmente incapaz de volver a empezar su camino, evitando tropezar con la piedra más grande.      
Años atrás prometió no volver a verle; olvidarle había sido lo más doloroso que había tenido que hacer en toda su vida, pero se obligó a sí misma a seguir adelante, ignorando por completo sus sentimientos. Ahora se había dado de bruces con un futuro que no lo quería ni regalado. Es más, con esas condiciones ni siquiera quería seguir disponiendo de un futuro próximo.      
¿Él lo sabría? ¿Habría atado cabos antes de tiempo y la respuesta habría estado en su mano? O por el contrario, ¿lo habría descubierto al mismo tiempo que ella, nada más atravesar las paredes de esa casa desconocida para él? Ángela temía aquello. No podía soportar la idea de que Dorian se hubiera dado cuenta de todo por el simple hecho de contemplar las fotografías que había repartidas por las paredes. Aunque hubiera querido impedirlo, de nada hubiera servido. Tantas y tantas imágenes diferentes de toda una vida hablaban por ella.    
Esa misma tarde llegó a la ciudad con el alma convertida en un suspiro. El cansancio físico no era lo más molesto, si no asimilar lo incierta que acababa de volverse su existencia. Pasó la noche en un hotel algo destartalo, moviéndose una y otra vez en la misma dirección, bajo la atenta mirada del televisor estropeado que se encontraba en el centro de la habitación, olvidado y lleno de polvo. La cama hacía unos ruidos increíblemente molestos, provocándole todavía más malestar e incomodidad, llegando al extremo de levantarse; de todas formas no hubiera podido pegar ojo.      

A la mañana siguiente su rostro presentaba una expresión bastante deplorable; unas cuantas horas sin dormir además de una sesión infinita de sentimientos adversos habían acabado por dejarla hecha añicos, con unas feas ojeras surcando su cara, como dos curvas moradas a cada lado de la nariz.        Se había dado una ducha rápida y llenado el estómago con un café templado. Las horas se esfumaban delante de ella en el reloj de su muñeca y no tenía intención de reaccionar como la mujer adulta y responsable que se suponía que era.      
Lo más curioso había sido su reacción cuando, a altas horas de la madrugada, se puso a hurgar en su mente, convencida de no haber dejado ningún cabo suelto. Nunca había sido propensa a romper a llorar, pero su umbral de sensibilidad se había visto superado considerablemente, por eso acabó estallando en silencio, de la mejor forma que supo: llorando a escondidas y rezando para que su móvil no recibiera ninguna llamada, a pesar de encontrarse apagado. Estaba sola; no podía contar con nadie en esos difíciles momentos, y por un lado se sentía aliviada por esa misma razón.
Una ambigüedad que no la llevaba a ninguna parte. Su universo estaba tambaleándose sobre un fino hilo colgado de un precipicio.
Su carácter siempre había sido reservado en todos los sentidos; sus sentimientos eran de ella y de nadie más, en todo caso haciendo una excepción con quien compartiera su vida, su vínculo de pareja. Por eso nunca le había hablado a sus padres acerca de sus relaciones amorosas, y a Dorian por supuesto, también lo mantuvo en silencio durante los años que duró su relación, alegando que estaba muy ocupada para enamorase, cuando en realidad cada día se sentía más unida a él.       

La piel se le erizaba al recordar el momento en que su hermana Nora por fin le había confesado algo acerca de su prometido. No tenía ni la más remota idea de cómo diablos había conseguido disimular su impresión. Aunque claro, siendo actriz de teatro tampoco es que resultase algo demasiado enrevesado. Recordaba perfectamente qué era lo que había sentido al escuchar su nombre por primera vez en mucho tiempo. Se había esforzado en sobreponerse y fingir que todo estaba bien, cuando más bien resultaba todo lo contrario: su infierno acababa de empezar y ni siquiera se había dado cuenta. Ahora entendía muchas de las cosas que su hermana pequeña le había dicho. Y es que con un hombre como Dorian a su lado, todo se trasformaba mágicamente, como si el mundo hubiera decidido contar con dos únicas personas. Las sonrisas, los sonrojos, las miradas perdidas… Todas esas pequeñas e insignificantes cosas que Ángela había criticado en Nora, las había experimentado ella misma no hacía demasiado, y lo peor de todo, es que había sido con el mismo hombre. Dos mujeres distintas en todos los aspectos salvo en uno: enamorarse locamente de él.      
Angy formaba parte de un pasado que no iba a volver, y para colmo su hermana iba a tener en su futuro a alguien a quien no merecía tener, o eso era al menos lo que ella creía, aunque ya no importaba lo que pensase, ya que no podía decir absolutamente nada. Para el resto del mundo, Ángela nunca se había cruzado con Dorian; se suponía que nunca había sabido de su existencia. También se suponía que debía alegrarse por el paso enorme que Nora iba a dar, pero no podía mostrar la mejor de sus sonrisas por algo como aquello. Aceptar irremediablemente que el hombre al que tanto había querido iba a estar presente en la vida de su hermana pero en la suya propia no, y todo porque ella tomó esa decisión dos años antes. Se moría de ganas por saltarse ese desagradable capítulo, pero no podía hacerlo. Tenía que afrontar la situación, y quedarse escondida entre las paredes de una habitación que se caía a pedazos no iba a ayudarla, porque de manera inconsciente, revivía el momento una y otra vez, una tras otra, como si castigarse de esa forma pudiera salvarla del sentimiento tan nefasto que la estaba invadiendo por dentro.      
Estaba esperando de mala gana en su habitación a que Nora llegase con su novio, ese al que en cierta forma, tenía miedo de conocer. No había dejado ni un solo momento de mirar por la ventana, como si prefiriese mantener la situación vigilada desde lo alto. Repasaba mentalmente todo el papeleo que tendría que hacer para su próxima representación cuando a sus oídos parecían llegar unos ruidos extraños de afuera. Se acercó todavía más a la ventana, quedándose a tan solo un par de centímetros del cristal. Había visto salir a Nora y a su acompañante del coche, divirtiéndose por la expresión corporal de ambos. Conocía de buena mano esa sensación, ya que ella la experimentaba segundos antes de salir a escena. El extraño tenía algo que le resultaba familiar, pero no llegaba a adivinar qué. Lamentablemente, no tuvo que esperar demasiado para saber por qué. Habría podido caer fulminada en ese instante, pero las ganas de comprobar que estaba en lo cierto eran superiores al miedo que la acongojaba. Su aliento se volvió frío como el hielo, al igual que su interior. Hubiese dado cualquier cosa por no tener que contemplar esa horrenda visión que era profundamente real. Sus gestos, la forma de caminar, su odioso maletín… Era totalmente imposible que se tratase de otra persona aunque eso era justamente lo que más deseaba.      
Ya no había vuelta atrás. Era él, Dorian. Su Dorian… El mismo chico que conoció con apenas veinte años y con quien había pasado los peores y mejores momentos que podía recordar…     
Totalmente abatida y apartada de la civilización que conocía,  aún seguía pensando en Nora, y cómo no hacerlo. Le debía una explicación. La llamaría, de eso estaba segura; lo que aún no sabía era cuándo, y sobre todo, qué decirle.                                    
Siempre había querido creer que era el hombre perfecto, a pesar de sus muchos y variados defectos. Se había entrenado literalmente en cuerpo y en alma para ser alguien en la vida, y a veces conseguía forjar en su cerebro la idea de que así era, todo un hombre de provecho, admirado por todo aquel que ansiaba parecerse a él.     

Esa noche sin embargo no había podido dormir, ya que se había llevado la sorpresa más grande de toda su vida, y los cimientos sobre los que estaban asentados los últimos seis meses de su ajetreada existencia se habían movido peligrosamente, haciendo tambalear un presente que tanto se había empeñado en no dejar escapar. Estaba en su casa, a las afueras de la ciudad, en el norte, donde las casas son iguales y los vecinos buenas personas. Milagrosamente, había sobrevivido a ese día; había superado la prueba de fuego ya que conocer a sus suegros no había resultado nada fácil, en especial teniendo un nudo en la garganta durante todo el tiempo.     
Echaba de menos tener cerca el cuerpo de Nora, abrigándole en esa noche tan fría como muchas otras. Ella se había quedado en la isla, en la que aún seguía siendo su casa pero no por mucho tiempo. Habían pasado el día allí, pero Dorian se había marchando, excusándose de la peor de las maneras, con lo primero que le vino a la mente. Y es que no se encontraba bien, a decir verdad, se sentía a morir, peor que nunca. Cómo no estarlo cuando había sido golpeado por una infinita cantidad de recuerdos que tiempo atrás le había partido en dos.      
Todo había comenzado con una foto; una simple e insignificante imagen ensartada en un marco plateado. Sus ojos habían ido mucho más allá al examinar la instantánea. Creía que el tiempo se había parado tan sólo porque él acababa de hacerlo. Había sufrido un latigazo en su alma y lo había hecho en silencio, sin tan siquiera alterar a su suegro, presente en el momento justo. Después de esa increíble y aterradora revelación no podía pensar, y se había limitado a asentir con la cabeza todo el tiempo que le fue posible, manteniéndose en un segundo plano y aguantando las ganas de desaparecer. Su cuerpo había estado allí, junto con el de Nora, hablando con Vladimir y Julia sobre su futuro, pero su mente había viajado tiempo atrás, como una máquina del tiempo insertada en sus retinas, para volver a un pasado que habría jurado desintegrar. Pero ya no estaba seguro de eso. A decir verdad, ya no estaba seguro de nada.      
Habrían podido trascurrir veinte o treinta años pero Dorian jamás hubiera podido olvidar esas dos luces centelleantes de color verde. Esos ojos por los que habría sido capaz de entregar hasta lo más vital, y sin embargo todo había quedado reducido a las suposiciones que generaba su herida mente al imaginar qué hubiera pasado, si el transcurso de su amor no hubiese acabado de esa forma tan precipitada.      
Era ella, claro que lo era. ¿Acaso dos personas en el mundo y tan distanciadas entre sí podían ser exactamente iguales?     
Sentía odio, pena y decepción. Un vacío casi imposible de llenar, porque la confusión se hacía cada vez más visible, convirtiéndose en su compañero de habitación mientras pensaba en la mala suerte con la que acababa de toparse. Tenía miedo de
pronunciar su nombre, aunque de buena gana lo hubiera hecho para acabar con esa farsa, sobre todo cuando Nora le había apretado la mano con fuerza para hacerle saber que todo estaba bien, pero era mentira, porque en lo más profundo de su ser había algo que le incomodaba, porque en sus ojos azules vislumbraba sin querer un tono verdoso.      

Habría podido jurar que ellas dos nada tenían que ver la una con la otra. ¿Cómo había podido cruzarse en la vida de ambas únicamente separadas por la vía temporal? No se parecían en nada, ni en físico ni en personalidad, y sin embargo había caído rendido a los pies de esas hermanas que, por otra parte, nunca mencionaron la existencia de la otra así que, ¿cómo saber que eran de la misma sangre?      
Nora era temperamental, orgullosa y con carácter, además de poseer una belleza aniñada casi imposible de superar. Sin embargo, Ángela… era todo lo opuesto. Sus rasgos eran penetrantes y muy atractivos, al igual que su interior; era dulzura pura, la delicadeza había tomado forma en ella.      Quizás el azar hubiera sido el responsable de que conociera a Nora, pero ahora temía darse cuenta que había acabado con ella porque en lo más interno de su pensamiento algo le había mandado hacerlo, en un desesperado intento por recuperar a esa otra persona que había considerado totalmente imprescindible.      
 
Ángela siempre había sabido mantener la calma incluso en las peores situaciones, sin embargo, aquella iba a ser la primera vez que se tambalease como un flan. Aún no tenía ni idea de cuál iba a ser su discurso, y mucho menos la postura que debía tomar. ¿Debía sentirse ofendida o actuar con un semblante de alguien que no entiende nada? Lo más desagradable había sido la breve pero intensa conversación telefónica con Nora. Se había mentalizado durante horas para ser capaz de marcar su número y cuando por fin logró hacerlo, no pudo emitir ni un mísero sonido al percibir la voz furiosa de su hermana. Limitándose a hablar prácticamente con monosílabos durante la llamada, había conseguido darle la dirección del hotel en el que se encontraba, supuestamente para explicarle el motivo de su inexplicable marcha de la isla. Una mentira tras otra ya que, muy a su pesar, Ángela le debía una explicación que aún no había sido capaz de encontrar, porque no estaba dispuesta a confesarle abiertamente todo lo que se escondía detrás de su huida.

Sería como una especie de suicidio por su parte, porque estaba segura de no poder continuar con su vida normal si cometía semejante locura así que, de una forma u otra, tenía que trazar un plan en esa mente que nunca había sido retorcida y que, por causas del destino, ahora tenía que cambiar a marchas forzadas. Cada centímetro de piel temblaba ligeramente, y su cara no tenía el aspecto de una persona sana. Creía firmemente que por esa vez sus dotes interpretativas no podrían salvarla del ataque de cólera de Nora. Y tenía razón; su hermana tenía todo el derecho a odiarla, y bajo ninguna circunstancia podría contradecirla.      
Si hubiera sido capaz de prever el futuro… No, claro que no. Una cosa así era totalmente imposible, y aunque así hubiera sido nada hubiera cambiado. ¿Acaso habría tenido agallas para plantarse delante de su hermana y decirle al oído que su prometido había estado con ella durante siete largos años? ¿Hubiera sido valiente para confesar que su corazón había dejado de latir durante un segundo cuando le vio aparecer en la casa de sus padres? ¿Hubiera servido para algo admitir que cuando volvió a verle de nuevo sintió un cosquilleo en el estómago? Todo era absurdo. Ni ella misma sabía qué era lo que sentía, así que mucho menos debía confesarlo. ¿Confesar qué exactamente? ¿Qué había logrado olvidarle pero que no le quería cerca? ¿Confesar que aún se moría por él a pesar de ser algo ya titánicamente imposible?     
Cada terminación nerviosa de su sistema se activó al mismo tiempo cuando escuchó dos golpes secos en la puerta. Además de resultar obvio quién era, tampoco hacía falta preguntárselo, ya que Nora siempre emitía los mismos movimientos en puertas diferentes, como un distintivo propio. Dos golpes rápidos, secos y directos.     
Ángela se quedó paralizada durante un minuto al mismo tiempo que tragaba saliva. Se aproximó a la puerta con pies de plomo y agarró con fuerza el pomo, haciéndolo girar y encontrándose cara a cara con esa persona tan débil y fuerte a la vez.      
El silencio cortó sus miradas; Angy bajó la suya pero los ojos claros y furiosos de Nora seguían impasibles, emitiendo una especie de transmisión, un mensaje encriptado para que sólo pudiera ser revelado delante de su destinatario.
     Ángela, todavía hecha un manojo de nervios, se apartó de la entrada.     

—Pasa.     
De mala gana su hermana pequeña obedeció, ejecutando grandes pasos, situándose finalmente en el centro de la habitación, mirando cada esquina de ese antro intentando entender cómo su hermana había acabado en un lugar como ese.     
—¿Quieres algo de beber? —susurró Ángela.     
—No me hagas perder el tiempo —espetó Nora—. Ya sabes a qué he venido, así que no hagas como si no pasara nada. No quiero permanecer aquí ni un minuto más de lo necesario.     
Por su expresión, debía de estar furiosa o tal vez, algo mucho peor.     
—De acuerdo, sé por qué estás aquí, pero dame un minuto para pensar —suplicó Ángela.      —¿Pensar? Esto es el colmo. —Nora suspiró amargamente—. Has estado dos días enteros desaparecida, sin coger el teléfono ni nada que se le parezca. ¿Pretendes que me comporte de manera normal cuando tú no has sido capaz de hacerlo?     
Ángela se sentía pequeña en todos los aspectos, sobre todo cuando las palabras se negaban a salir de su garganta, porque aún seguía con la mente en blanco y odiaba tener que improvisar una maldita escusa que estaba segura de no ser suficiente para convencer a nadie y mucho menos a Nora.      —¿Qué quieres que diga? —masculló—. Siento decirte que mi vida no gira en torno a ti, y a veces no me queda más remedio que acudir cuando la gente me necesita.     
Nora abrió todavía más los ojos, incapaz de asimilar esas palabras tan absurdas.     
—Angy, yo te necesitaba —sentenció—. Te necesitaba ese día porque lo creas o no, eres importante para mí y consideraba crucial el hecho de que Dorian y tú por fin os conocierais.     
Otro pinchazo más en el estómago. Nora hablaba con la rabia de una persona adulta, pero también se expresaba con las palabras de alguien que no sabía nada de nada, ignorando por completo el oscuro secreto que se escondía justo delante de ella pero que, por otra parte, era imposible de saber.      —Desapareciste —siguió diciendo—. Sin decir nada, Angy. ¿Adónde demonios fuiste? ¿Acaso había algo más importante ese día que conocer al futuro marido de tu hermana?     
Ángela iba a contestar pero no tuvo ocasión.     
—¿Por qué siempre huyes? —preguntó Nora—. Es como si no encontrases tu sitio en ninguna parte. Como si tuvieras miedo de anclarte y de comprometerte con las personas que se supone que quieres.     
—Nora, estás exagerando —intervino—. Siento mucho lo que pasó el otro día, pero eso no tiene nada que ver con lo que hago. —Se mordió el labio—. Me gusta viajar, conocer sitios diferentes y no quedarme mucho tiempo en el mismo lugar, pero eso que yo sepa, no es ningún delito.     
—No, desde luego que no lo es, pero desgraciadamente todo eso que a ti te encanta también provoca que vayas alejándote cada vez más de nosotros. De mamá y papá, de mí…     
—Nunca voy a alejarme de vosotros, Nora.
—Es injusto que digas eso cuando sabes que ya lo has hecho. Demasiadas veces, diría yo. —Cerró los ojos con un gran dolor en sus palabras—. Escucha, no quiero esto, Angy. No quiero una discusión tras otra que ni siquiera llego a comprender del todo. Quiero que estemos unidas, como siempre. Respeto tu trabajo pero tú también debes respetarnos a nosotros.     

—Créeme, ya lo hago.     
—Pues entonces deja de pensar en ti todo el tiempo, porque de vez en cuando la gente necesita que la escuchen, y es en este momento cuando necesito que tú me escuches. Estoy a punto de dar el paso más importante y necesito que me apoyes en todos los sentidos, por eso quería que le conocieras, porque sé que esa es la única manera correcta de hacer las cosas. Porque sólo entonces podrás comprenderme y desearme la mejor de las suertes antes de que mi dedo lleve la alianza que me recordará para siempre que estoy unida a alguien que considero muy especial. Quiero recordar ese día por lo bonito que será, y eso incluye que todo sea perfecto, incluso tú. De nada me servirá casarme con el hombre al que quiero si mi hermana no está presente para alentarme.
—Se acarició las sienes—. Siempre has sido la pieza imprescindible del rompecabezas y nunca vas a dejar de serlo.      Ángela estaba literalmente sin palabras. ¿Cómo se suponía que debía contestar a algo de semejante envergadura?     
—Nora, yo… No tienes idea de cuánto lo siento.
—Afortunadamente le estaba poniendo las cosas más fáciles de lo que pensaba, por eso su nudo se deshacía lentamente—. Fue una emergencia de última hora y por eso tuve que irme, así sin más. Debí haberte avisado pero me fue imposible. Ni siquiera pude pensármelo dos veces. Supongo que no todo puede salir bien siempre, pero espero que no sea demasiado tarde para pedirte perdón.     
—No es por mí, Angy. Si no por él —aclaró—. Estaba ilusionada por presentaros y quedé en ridículo. No te imaginas lo decepcionada que me sentí. ¿Sabes? Cometí el error de dejarle solo en casa con papá y mamá.     
La expresión de Angy se contrajo bruscamente.     
—¿Por qué hiciste eso?     
—¿Cómo que por qué? —Nora arqueó las cejas—. Salí a buscarte.     
—¿Buscarme? —repitió—. ¿De verdad creías que me encontrarías en la isla?     
—No, pero al menos tenía que intentarlo…     
—No iba a estar en la isla, Nora. Me marché por cuestiones de trabajo, ¿cómo iba a permanecer allí? —Se sintió mal consigo misma por interpretar un papel que no iba con ella—. ¿Acaso creías que me estaba escondiendo?      
—No lo sé, eso dímelo tú. Nunca te han gustado las multitudes.     
—Una persona no es una multitud.     
—¿Entonces por qué te marchaste? Dorian sólo quería conocerte.     
Ángela se desmoronaba por dentro. Quería formular la pregunta que se asomaba en su quebradiza mente pero desconocía si sería capaz de escuchar la respuesta que, en el fondo, ya sabía.
     —Supongo que de todas formas ya me habrá conocido. —Se encogió de hombros, intentando fingir una vez más su inservible indiferencia—. Seguro que mamá le habrá mostrado todas y cada una de nuestras fotos, ¿verdad?     

—En realidad, creo que eso no pasó exactamente así. —Lo meditó durante un momento—. Cuando no conseguí dar contigo regresé a casa. Entré en el salón y vi a papá leyendo el periódico, pero también vi a Dorian observando con detenimiento una foto.     
Angy sintió pavor.     
—¿Qué…foto? —preguntó.     
—Una nuestra, en realidad. Si no recuerdo mal, es la foto más reciente que tenemos de nosotras dos, la que está en un marco plateado. Ya sabes que el resto de fotografías se han quedado un poco anticuadas.      
Ángela estaba recibiendo un golpe tras otro y sin inmutarse. Ya no podía esperar nada peor, porque lo peor ya había ocurrido, y todo sin estar presente. Finalmente su pregunta ya tenía la respuesta que tanto había evitado: Dorian se había enterado prácticamente al mismo tiempo que ella, salvo por una pequeña diferencia: ella le había visto venir y por eso huyó; él, en cambio, ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar.      
—¿Y qué pasó después?     
—Pues, después de discutir con todo el mundo gracias a tu repentina huída nos sentamos en la mesa a comer.     
—¿Y después? —Se sentía ridícula por esa especie de interrogatorio—. ¿Cuánto tiempo se quedó? ¿Pasó la noche allí?     
—¿Dorian? No, que va. Me hubiera gustado, pero se marchó a su casa... Vive en las afueras, hacia el norte —aclaró—. A decir verdad estuvo algo callado durante el resto del día. Era como si tuviera la cabeza en otra parte. Sus ojos… No sé, parecían algo raros. —Se tiró de uno de los mechones que le caían por la cara—. Supongo que conocer a los suegros no debe ser nada fácil, así que ese debió de ser el motivo.      
Ángela quería creerlo también, pero sabía de buena mano que la razón de su comportamiento había sido otro. Era comprensible, ¿no? Se suponía que iba a conocer a los padres de su novia y no a toparse con alguien que había dejado atrás.     
—¿Y papá? —preguntó Ángela—. ¿Se portó bien con él?     
—Bueno, ya le conoces. No habla mucho, pero estuvo decente. Mamá habló por los dos. —Puso los ojos en blanco—. Se pasó toda la tarde hablando de mí, saltándose las peores partes, ya sabes. En cuanto a ti, también habló bastante. Ya que no estabas presente, quería que de alguna forma lo estuvieras.     
—¿Qué dijo sobre mí?     
—¿Tú que crees? —Hizo una graciosa mueca—. Adora a su pequeña Angy. Te puso por las nubes, como bien supondrás. No dejaba de exagerar en lo que se refiere a tu carrera como actriz. Quiero decir, no me refiero a que no tengas talento, pero tienes que reconocer que mamá está interesada únicamente en el lado positivo de todo…      
Era inevitable pensar en él todo el tiempo. Había estado segura de haberlo pasado realmente mal cuando se dio cuenta que el novio de Nora era él, pero por nada del mundo habría preferido estar en la piel de Dorian, y ver con asombro cómo sus recuerdos volvían a aparecer como por arte de magia. 
     —¿Y qué opina Dorian de mí? Quiero decir… del teatro.     

—Bueno, siento decirte que a él no le van demasiado ese tipo de cosas. Valora el esfuerzo que hacéis los actores, pero no está de acuerdo en muchas cosas.     
—¿Sí? ¿Cómo en cuáles?     
—Dijo algo como que ese tipo de vida te acaba arrancando lo mejor de ti mismo y al final provoca que todo se acabe —apuntó Nora—. No sé a qué se refería exactamente, pero el mundo del espectáculo no le gusta demasiado. Por su forma de hablar era como si hubiera tenido algún tipo de mala experiencia…      
—¿No lo sabes?     
—¿Saber qué?     
A Angy le latía el corazón velozmente.     
—¿No le preguntaste si en efecto le había ocurrido algo desafortunado relacionado con la interpretación?     
Nora negó efusivamente con la cabeza.     
—Por suerte o por desgracia, aún hay cosas que no sé de él.     
Eso representaba un gran alivio para Ángela.     
—Sí, supongo que hay cosas que es mejor no saber.     
—¿A qué te refieres?     
La tensión se disparó nuevamente en sus venas.     
—Oh, a nada —mintió—. Digo que me parece normal que no conozcáis completamente la vida del otro. Al fin y al cabo, compartís el presente y un futuro cercano. —Se pasó el dedo por la barbilla—. ¿Qué importa el pasado?     
Después de esa intensa conversación que nada había tenido que ver con lo que se suponía que pasaría, las dos se tomaron un respiro, haciendo que el aire que entraba en sus pulmones circulase a un ritmo más lento.     
—¿Aún quieres que sea la madrina de tu boda? —Las lágrimas se asomaban en el verdor de sus iris.      
Nora se encogió de hombros, mostrándose indiferente por ese tema en un momento tan delicado.      —Eres mi única hermana, pero no pretendo obligarte a hacerlo si no estás totalmente convencida.      —Lo estoy —mintió.     
—Entonces, por mí no hay ningún problema. —Se revolvió intensamente el pelo con la mano—. Te quiero presente el día de mi boda, Angy. Espero que no me defraudes otra vez. No vuelvas a hacerlo, por favor. Por esta vez, todo queda olvidado, pero no puedes fallar en el día más importante de mi vida. —Se cruzó de brazos—. Dime que no lo harás.     
Ángela emitió un suspiro al mismo tiempo que asentía levemente con la cabeza, disimulando el dolor que recorría su espinazo.     
—Prometo no fallarte, Angy.     
Una sonrisa rápida e inesperada apareció en los finos labios de su hermana.     
—Sé que no lo harás.     
Nora se marchó de allí y Ángela sintió una oleada de pánico y alivio al mismo tiempo. Acababa de hacer las paces con su hermana a expensas de no volver a cometer un error tan grave, sin embargo no estaba segura de poder cumplir su promesa. La sola idea de visualizarse en la iglesia, cerca de los novios y fingiendo alegría a base de grandes sonrisas le paralizaba el ánimo.
¿Sería capaz de permanecer de una sola pieza cuando Dorian dijese que sí a Nora?

1 comentarios:

Valerie Peace dijo...

:O Ya quiero leer cuando Dorian y Angy se vean cara a cara. Creo que el que sea actriz le va a servir de mucho.
Pero igual siento que con esta historia voy a llorar tarde o temprano :(
P.D: Tarde en leer por el colegio, pero quiero la continuación :D
Besos!

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